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Parroquia de Villamediana

Homilias para Villamediana

Pórtico de la Semana Santa

Pórtico de la Semana Santa

“Bendito el que viene en nombre del Señor”. Durante la cuaresma hemos prepara el corazón para que se vuelque en aclamaciones a Cristo. Pero esa buena preparación nos dispone aún más al silencio, a la oración y al sacrificio, “para que –como rezamos al comienzo de la procesión- quienes alzamos hoy los ramos en honor de Cristo victorioso, permanezcamos en Él dando fruto abundante de buenas obras”.

El pesimismo incrédulo de los discípulos había aconsejado a Cristo que se alejase de Jerusalén, pero Él no rehuyó el riesgo porque sabía que la victoria exigía sacrificio. Él –dice el Catecismo- no conquista a la Hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad. Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños y los “pobres de Dios”, que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores.

Hoy esa aclamación, en los labios creyentes, es un grito de fe y adhesión a Cristo. Pero ha de llegar a ser un compromiso  sincero de no dejarle solo a la hora del sacrificio para que nuestro mundo logre ser transformado y la esperanza brille luminosa, superando las crisis que nos agobian.

 “Se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz”. Los ramos y los cantos se acallan pronto el domingo de Ramos,  que desemboca de repente en el mar profundo de la muerte de Cristo el inocente. Aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a su Padre y a los hombres que el Padre quiere salvar: “Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente”. De aquí la soberana libertad del Hijo de Dios cuando Él mismo se encamina hacia la muerte (Catecismo).

            Pero como no es fácil entender este misterio, de libertad y redención, nos introducimos, contritos, en la semana santa para ir considerándolo día a día, tal y como lo describe el relato desgarrado de la Pasión, según San Mateo, que escuchamos conmovidos, en la misa de este domingo. Y podemos pedir con la Iglesia: Por la pasión de tu Hijo sé propicio a tu pueblo, Señor, y concédenos, por esta celebración que actualiza el único sacrificio de Jesucristo, la misericordia que no merecen nuestros pecados.

“Al morir destruyó nuestra culpa, y, al resucitar, fuimos justificados”. La Semana Santa puede ser para los creyentes un tiempo intenso de reflexión y profundización y no sólo vacacional, que nos ayude a pensar: ¿Puedo seguir pactando con el pecado que carece de futuro? ¿Es coherente organizar mi vida como si la muerte fuera mi destino final? ¿No podría cambiar mi mentalidad y mi comportamiento como lo hicieron los santos, siguiendo el ejemplo y el empuje de Jesús crucificado y resucitado?

            Tal vez, si contemplamos un año más, en nuestros templos y en nuestras calles, el dolor del crucificado y lo acompañamos con oración, sacrificio y compromiso de vida, logremos, la noche de pascua, renovar la mente, el corazón y nuestras acciones ¿Por qué no lo intentamos? ¡La victoria está asegurada!

5º Domingo de Cuarema

5º Domingo de Cuarema

1.    “Os infundiré mi espíritu y viviréis”. Confiando en esta promesa el pueblo de Israel, superado un largo y triste destierro, pudo regresar a la añorada patria y experimentó en su propia historia la fidelidad y el poder de Dios. El Profeta Ezequiel, recoge  y transmite esa promesa que Cristo cumple definitivamente con su resurrección y con el envío del Espíritu Santo.

¿No habremos olvidado esta verdad consoladora, envueltos como estamos en un materialismo pertinaz, que no ve más allá de lo biológico? ¿Y no será esta la causa del avance imparable de la cultura de muerte que no ve razones para engendrar y justifica, tan fácilmente, el matar?

La cuaresma nos invita a renovar nuestra fe en la vida que no perece cuando se deteriora la salud. La cuaresma nos alienta a confiar en Dios, además de en los médicos. La cuaresma nos recuerda que debemos cuidar el espíritu además del cuerpo, y que, si trabajamos tanto por el alimento físico, también podíamos hacer algo por alimentar el alma.

2. “El que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre ¿Crees esto?"           Unidos a Cristo por el Bautismo –dice el catecismo-, los creyentes participan ya realmente en la vida celestial de Cristo resucitado, pero esta vida permanece escondida con Cristo en Dios. Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos “manifestaremos con Él llenos de gloria”. Esperando este día, el cuerpo y el alma del creyente participan ya de la dignidad de ser “en Cristo”; donde se basa la exigencia del respeto hacia el propio cuerpo y también hacia el ajeno, particularmente cuando sufre.

Los creyentes tenemos la misión de recordar este mensaje a la sociedad descreída en que nos ha tocado vivir, para restituirle la alegría y la esperanza que ha ido perdiendo a pasos agigantados. Y lo haremos si vivimos nosotros alegres y esperanzados, a pesar del cansancio, los fracasos o la enfermedad.

3.“Cristo, por medio de sus sacramentos, nos restaura a una vida nueva”  En estos días cuaresmales debemos llevar a Cristo a tantos hombres y mujeres que necesitan escuchar: “Lázaro, ven afuera”, para construir, vivificados por la fe, un mundo esperanzado y con más sentido que el que tenemos. Lo lograremos recuperando, nosotros primero, por el sacramento de la penitencia, la vida recibida el día de nuestro bautismo y acercándonos después a la Eucaristía con deseos renovados, recordando, a ser posible, esas palabras impresionantes de Cristo a la desconfiada hermana de Lázaro: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre ¿Crees esto?

La respuesta que espera Cristo es, sin duda la que pronunció Marta, una vez convertida: -Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.

             

4º Domingo de cuaresma: 3 de abril de 2011

4º Domingo de cuaresma: 3 de abril de 2011

1.  “El hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”

 Un nuevo paso hacia la Pascua renovadora. Un paso que nos trae el recuerdo de la luz bautismal que se entregó a nuestros padres y padrinos el día de nuestro bautismo, y que, en la noche de Pascua, se nos  entregará a cada creyente para que iluminemos el camino de la vida y no tropecemos al caminar.

Pero esa luz debe pasar a nuestro corazón, que padece oscuridades profundas y más en este tiempo confuso, tan dado a las apariencias y tan escaso en transparencia y honradez.

La mirada de Dios no es como la mirada del hombre”, nos ha recordado la Escritura a propósito de la vocación del joven David. La cuaresma nos invita a vernos en esa mirada divina y a purificar lo que aparezca sucio. A purificarlo en el agua, que brota del costado abierto de Cristo crucificado, y que se nos dio en el bautismo y que se nos vuelve a dar en la confesión sacramental.

 2. “Él fue, se lavó, y volvió con vista”

Increíble parecía este milagro de la curación del ciego a los incrédulos fariseos. Increíble parecen también hoy las conversiones. Pero las hay, porque Dios no pierde fuerza. Somos nosotros los que perdemos interés, entusiasmo y fe. Y, en vez de buscar a Dios, nos enfangamos en el materialismo, en la sensualidad, en el dinero, en los rencores, y acabamos ciegos y desesperados y tristes. Pero podemos convertirnos y la cuaresma, cada año nos ofrece la penitencia, la confesión, como medio para convertirnos y recobrar luz y la vista: “Habiendo recibido en el Bautismo al Verbo, la luz verdadera que ilumina a todo hombre, el bautizado, tras haber sido iluminado, se convierte en hijo de la luz, y en luz, él mismo” (Catecismo).

3. “Caminad como hijos de la luz”

            Nos lo pedía san Pablo en su carta a los Efesios en la segunda lectura de este domingo. ¿No es verdad que hoy también necesitamos que se nos recuerde este deber? ¿No sería más luminosa y feliz nuestra existencia si viviéramos más cristianamente?

            Ahí tenemos el ejemplo de los santos, que han vivido como hijos de la luz. Estos días, precisamente, se ha recreado en el cine la vida de  San Josemaría Escrivá, que en medio de la guerra que sufrió con sus contemporáneos, aquí en España, en los comienzos de su sacerdocio, supo encender la luz del perdón y apagar los brotes de rencor, que como terribles dragones, acechan el corazón humano.

            ¡Que gran tarea par este tiempo nuestro, oscurecido por enfrentamientos ideológicos y cegado por el materialismo, pero con tantas posibilidades de triunfar en la luminosa lucha por el bien y por la luz! 

Santa María de la Asunción, Titular de la Parroquia

Santa María de la Asunción, Titular de la Parroquia

Apareció una figura portentosa en el cielo: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con doce estrellas… (Ap 11, 19)

 

Y nosotros, cada 15 de agosto, volvemos a mirar a ese cielo.

 

A ello nos invita este precioso retablo de nuestra iglesia parroquial. Todo él tiende hacia lo alto, nos empuja a dejar nuestras miradas rastreras, nuestras miradas al suelo, obligándonos, a fuerza de arte y belleza, a mirar a lo alto: con el corazón, con la mente y con toda el alma, a mirar orando y creyendo.

 

Y en el cielo, como en lo alto del retablo, una MUJER: La señal puesta por Dios, la señal que nos advierte, que no todo se encuentra en la tierra, que hay algo más, mucho más. Y que es real, y que ella, la Mujer, nos asegura que se puede lograr. Porque ella ha llegado con su cuerpo y con su alma, llevada por su Hijo, que es, nada menos que Dios.

 

Pero esa mujer del cielo, Madre de Dios, no quiere que dejemos de pisar con realismo la tierra, donde ella engendró a su Hacedor. Eso sí, nos invita a usar las cosas de la tierra sin dejarnos cegar, utilizándolas como medio para lograr bienes duraderos, que no se quedan sólo en la tierra, que duran para cuando ésta  falle, que duran para siempre.

 

Ella, la mujer que vive ya en el cielo, la Madre de Dios, nos invita hoy a mirar esta querida iglesia parroquial, que la tiene a ella por TITULAR, es decir, que la lleva en el nombre por el que se la reconoce: Parroquia de Santa María de la Asunción de Villamediana de Iregua.

 

Y nos dice que en esta parroquia tenemos los medios para vivir en la tierra de tal modo que construyamos algo duradero, permanente, que nos permita ser felices, con la felicidad que nadie puede arrebatarnos, ni siquiera la muerte, la felicidad que Dios mismo nos ha ganado con la Cruz, cuya señal nos identifica y con la que se nos marca en el bautismo y a cuya sombra descansaremos, esperando la resurrección.

 

Santa María de la Asunción, nos invita hoy a ver en nuestra parroquia los medios que Dios ha dispuesto para que lleguemos con ella al cielo: los sacramentos, la Palabra de Dios y el Amor mutuo. Todo en la Iglesia parroquial nos habla de ello, pero hoy lo podemos leer, en los carteles que hemos puesto, para que lo tengamos más claro, lo valoremos y tratemos de usarlo para que nos lleve a Dios.

 

Que celebremos, pues esta gran fiesta parroquial, como familia que vive por los sacramentos, atiende y conoce la Palabra de Dios; y se quiere, se conoce y se ayuda. Familia que nunca estará huérfana, porque su madre, la que le da nombre y la cuida, vive en el cielo, feliz junto a Dios, pendiente de este pedazo de tierra nuestro

 

Que nos sintamos orgullosos de ser miembros de esta parroquia de Santa María de la Asunción de Villamediana de Iregua y que traigamos a ella a todo el que quiera dar sentido a su existencia, liberándose de la desesperación y el materialismo de nuestro tiempo. Y que ahora mismo en ella, nos dispongamos a recibir al mismo Dios, que se nos da en alimento sobre este Altar parroquial. Que así sea.

Amar la vida y al autor de la vida

Amar la vida y al autor de la vida

Villamediana, 9 de agosto de 2009

Domingo XIX del tiempo Ordinario

 

Elías, el profeta, por el desierto, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: “Basta, Señor, quítame la vida….

 

Hermanos: Como a Elías, a cualquier ser humano le asalta la desesperación por el vivir dificultoso y duro, y rechaza la vida y se vuelve contra Dios, de quien procede el vivir, y se desea la muerte o se organiza la vida al margen o contra Dios, inventando un modo de vida ateo o indiferente, que, sin embargo, tampoco le da la felicidad.

Y esto mismo sucede a nuestro mundo, a nuestra sociedad desarrollada y próspera del siglo XXI. A pesar de tanto bienestar, se enfrenta a la dureza del vivir, a desgracias inesperadas por enfermedad o accidente, a la crisis financiera, al paro creciente, a epidemias nuevas, al fundamentalismo y el terrorismo… Y, frente a todo esto, como Elías, se le aparece la muerte como salida, aunque sea terrible, y el rechazo de Dios como solución…

 

Pero, ¿de verdad es solución? ¿No se trata, más bien de una huída vergonzosa hacia la nada, hacia el abismo?

 

No pongáis triste al Espíritu Santo de Dios. –Nos dice la Escritura Santa. Y añade: Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda maldad.

 

¿Qué hacer para dar alegría al Espíritu? ¿Para desterrar de nosotros la amargura y toda maldad?

 

Amar la vida humana en su dureza, en su dificultad, y no dejarse arrastrar por la tentación de la muerte, disfrazada de oscura y fatal felicidad, de vicios inconfesables, de abandono espiritual, de pereza, de desgana…

 

Amar la vida como Dios la ha hecho, como él la vivió al encarnarse y morir en el tormento. Y amar y respetar a Dios, que la ha hecho, alimentándonos de su vivir sacrificado, que se nos da, misteriosamente en la comunión eucarística, como hemos escuchado en el evangelio: El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo. El que coma de este pan vivirá para siempre.

 

Que la Virgen, a cuya fiesta de la Asunción, titular de nuestra parroquia, nos preparamos, nos conceda este modo de vida, que culmine como el suyo en la felicidad perfecta e interminable, junto a Dios. Así sea.

 

 

 

Deseos y proyectos en la fiesta de Epifanía

Deseos y proyectos en la fiesta de Epifanía

 

Los Magos, al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría, entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra…

  

1.                          Que como los magos descubramos la importancia de la luz de la fe y la sigamos: Sin fe no podemos ir hacia la salvación.

2.                          Que entremos más y con mejor disposición a la casa de Dios  para, como los Magos, caer de rodillas y adorar a Dios, de quien venimos, hacia quien vamos en quien subsistimos.

3.                          Que le ofrezcamos a Dios el regalo de nuestro esfuerzo por el bien, de nuestro sacrificio alegre, de nuestra vida sencilla y fecunda. También de nuestra participación activa en la vida parroquial.

4.                          Que, a cambio, Dios nos de el regalo de la paz, el trabajo digno, la salud y la felicidad que necesitamos para servirle.

 

Días de Adviento para buscar a Dios y sentirnos por Él buscados

Días de Adviento para buscar a Dios y sentirnos por Él buscados

Surgió un hombre llamado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. Decía: En medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia…

 

Ya hace veinte siglos que Juan Bautista anunció que Dios estaba entre los hombres y todavía algunos, en nuestro mundo desarrollado y próspero, lo desconocen y otros lo han olvidado ¿También nosotros?

 

¿No será que le buscamos donde no está, o que hemos olvidado  los signos de la presencia de Dios en medio de los hombres?

Tal vez a nosotros y a nuestros contemporáneos nos pasa lo que al famoso literato francés Julien Green, según cuenta él en un libro autobiográfico:

En su juventud, dice que se hallaba atrapado por los “placeres de la carne”. No tenía convicción religiosa alguna que pudiese haberle servido de contención. Y, sin embargo, hay en su experiencia algo notable: de cuando en cuando entraba en una iglesia, impulsado por el anhelo –que él no se admitía a sí mismo- de verse súbitamente liberado. “No hubo milagro alguno”, continua Greene, “pero sí, desde la lejanía, el sentimiento de una presencia.” Esa presencia tenía algo cálido y prometedor para él, pero todavía le molestaba la idea de que para su salvación tuviese que pertenecer, por ejemplo, a la Iglesia.

            Quería la presencia de lo nuevo, pero la quería sin renuncias, casi como por autodeterminarción y sin ninguna imposición. Es así como se encontró con la religiosidad india y esperó encontrar a través de ella un camino mejor. No obstante, no faltó la decepción, e inició su búsqueda en la Biblia. Y con tanta intensidad la llevó a cabo que comenzó a aprender hebreo tutelado por un rabino judío. Un día le dijo el rabino: el próximo jueves no vendré, pues es festivo” “¿Festivo?”, preguntó Greene sorprendido. “Es la fiesta de la Ascensión -¿Tendré que decírselo yo a usted?”, fue la respuesta del judío. En ese momento, el joven buscador se sintió alcanzado como por un rayo: era como si sobre él llovieran fragorosas las palabras del profeta. “Yo era Israel”, dice Green, “a quien Dios clamaba, suplicante, que regresara a Él. Sentía que para mí regía la frase del profeta Isaías: “Conoce el buey a su dueño y el asno el pesebre de su amo; Israel no conoce, mi pueblo no entiende” (Is 1,3).

            Hasta aquí la experiencia del Novelista converso. ¿No tendríamos también nosotros en este tiempo de Adviento que sentirnos, como él, interpelados y conmovidos? ¿No tendríamos que sentirnos buscados por ese Dios que nació en Belén y que habita en medio de nosotros, y a quien encontramos en nuestros prójimos y en nuestras iglesias, y en su Palabra y en su Eucaristía?

            Distingámoslo aunque su apariencia sea humilde, aunque hoy no se le tenga en cuenta en los medios de comunicación, aunque se le desprecie y se le olvide. Y digámosle con el salmista: Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios…

Estos días que faltan para la Navidad son buenos días para  hacer también caso a San Pablo, según hemos leído hace un momento: Estad siempre alegres. Sed constantes en orar… Ojala no lo olvidemos, ojala saquemos tiempo. Así la Navidad para nosotros será un cambio, que nos devuelve la serenidad y la alegría que nos hace más felices y nos permitirá hacer muy felices a los que nos rodean. Que así sea.

Preparando la Navidad

Preparando la Navidad

Primer domingo de Adviento

 

Vosotros aguardáis la manifestación de Nuestro Señor Jesucristo

Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

            Al escuchar estas palabras aquí, en la iglesia, que provienen del mismo Dios, podemos preguntarnos:

¿De verdad me interesa la venida de Dios, su aparición hecho niño?

Ciertamente la Navidad no nos deja indiferentes, pero la podemos vivir intensamente o de modo superficial. Hoy comenzamos cuatro semanas para prepararla y vivirla con provecho y en profundidad.

Y lo hacemos rezando con las palabras de la Escritura Santa, que se nos acaban de leer:

¡Ojala rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!

¡Pastor de Israel, despierta tu poder y ven a salvarnos! ¡Ven a visitar tu viña, la cepa que tu diestra plantó y que tú hiciste vigorosa!

 

Pero no basta desear que Dios venga y pedir que nos visite, se requiere que nos preparemos, y no sólo materialmente, a base de compras navideñas, sino también espiritualmente, escuchando y meditando la Palabra de Dios, esforzándonos por tener un comportamiento mejor, más paciente, más comprensivo, y dedicando algunos momentos a la oración.

Precisamente hemos iniciado en esta misa, como comienzo del año litúrgico, la lectura, que continuaremos, domingo a domingo, del evangelio según San Marcos. La parroquia os invita a adquirir y usar un interesante libro, que se ofrece a la entrada de la iglesia, que contiene, día a día,  el evangelio de las misas de todo el año. Tiene letra grande, cuesta tres euros y se puede usar en casa o en la Iglesia. Bastan unos minutos y un poco de atención y recogimiento para leer esas palabras de vida, que llegan al corazón y nos pueden cambian la vida. Yo os aseguro que, si os acostumbráis a meditar un momento al día el evangelio, el fruto será extraordinario, y que si hacéis esto viviréis una Navidad continuada, y seréis más felices y haréis más felices a los demás,  porque estar cerca de Dios y escucharle, mejora al ser humano.

Nos ayudará también la intercesión de la Virgen, cuya fiesta de su Inmaculada Concepción, comenzamos a preparar hoy con una novena, que la tendremos en la parroquia en la mañana y en la tarde, a las 10 y a las 7,30 y que culminaremos con una gran vigilia el día 7.

También prepararemos la Navidad con una campaña de caridad, que llamamos: Operación Kilo. Consistente en traer un Kilo de alimentos que se puedan almacenar, como azúcar, legumbres, etc. , para entregarlo a personas necesitadas, que no tienen lo mínimo indispensable para vivir. Dios nos pagará con creces, lo que hacemos por estas personas.

La solución para nuestro mundo perdido

La solución para nuestro mundo perdido

Salió el sembrador a sembrar…

La Palabra que sale de mi boca no volverá a mi vacía

La semilla que cayó en tierra buena dio grano…

Los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá

 

 

Un mundo, el nuestro, lleno de males

 

Ejemplos clamorosos: Problemas económicos; problemas morales, como la legalización del aborto y la falta de principios en la educación de los jóvenes; ruptura de familias; muertes de los que intentan alcanzar nuestras costas para sustraerse de las miserias que les acechan en sus pueblos…

Razones de estos males:

Porque se escucha a sí mismo, pero no escucha a Dios que lo ha proyectado y querido…

Lo dice muy claro el Apóstol San Pablo en la carta a los Romanos (1, 25):

Es la consecuencia de haber cambiado la verdad de Dios por la mentira, y de haber adorado y dado culto a la criatura en lugar de dárselo al Creador.

(1, 20-21) Así que no tienen excusa, porque habiendo conocido a Dios, no lo han glorificado, ni le han dado gracias, sino que han puesto sus pensamientos en cosas sin valor y se ha oscurecido su torpe corazón. Alardeando de sabios se han hecho necios.

 

La solución: escuchar a Dios, acogiendo su enseñanza en tierra buena del corazón

 

No superficialmente, o curiosamente, o con indiferencia, o sin ganas, como caminos pisoteados o pedregales baldíos.

Escuchar como aquella primera comunidad a la que predicó San Pablo, la comunidad de Damasco (Siria) en la que predicó, recién convertido:

La población judía de Damasco -se lee en un libro de historia- era bastante numerosa, pero de igual modo, estaba claro que era una ciudad pagana. La cultura de la ciudad estaba muy influida por las costumbres griegas. Por ejemplo, las monedas que se usaban en Damasco sólo tenían efigies de dioses y diosas griegas. Damasco debía su preeminencia política y su riqueza a su privilegiada situación geográfica, pues no en vano se hallaba en una de las encrucijadas más importantes de la antigüedad. Las rutas comerciales se unían cerca de la ciudad antes de separarse, una en dirección a la meseta árabe, y otra a la costa mediterránea. Damasco servía de base para mercaderes de distintas partes de la geografía de Oriente Medio. Esto hizo que la mayoría pagana de Damasco creciera bastante. Así durante sus tres años en Damásco (Gál 1,18) San Pablo, recién convertido, no tuvo muchas dificultades para hacer realidad su vocación misionera y encontró una tierra bien dispuesta, a la que enseñaba así: “No os acomodéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de vuestra mente, para que sepáis distinguir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo grato, lo perfecto” (Rm 12,2).

Damasco llegará a ser, gracias a esa escucha atenta de la palabra de Dios, predicada por San Pablo, una gran comunidad cristiana de la que saldrían santos como San Juan Damasceno y otros.

Porque la sabiduría de Dios puede transformar el mundo:

 

Así lo enseña también con toda fuerza San Pablo: Mi palabra y mi predicación no se fundaron en persuasión de sabiduría, sino en demostración de espíritu y de fuerza, para que vuestra fe no se enraizase en sabiduría de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que están en camino de destrucción, sino que tratamos de una misteriosa sabiduría de Dios oculta hasta ahora, la cual Dios había predestinado antes de los siglos para gloria nuestra.

 (1Cor 2,4-7)

Pero esa sabiduría de Dios no alcanza a través de otros hombres en los que se transparenta Dios. Así describe su conversión un famoso periodista alemán, Peter Seewal:

El encuentro con el entonces cardenal Joseph Ratzinger (después Papa Benedicto XVI), no inició mi regreso a la Iglesia católica; pero me dio en último término, el empujón para, en cierto modo –tras los numerosos pequeños pasos- dar también el último gran paso. De las conversaciones que mantuvimos en Montecassino surgieron 33 horas de grabación. Quedé impresionado con la coherencia de la visión del mundo y de Dios de Ratzinger. Cuando durante muchos meses se estudian y trabajan textos, se aprecia si algo es falso o no. Se aprecia si alguien es artificioso, vanidoso, incoherente… o bien serio y auténtico, lleno de un espíritu que no solo procede de una erudición intelectual, sino también de una vida que, desde la fe en Cristo, se esfuerza por conseguir la veracidad.(pág. 121)

 

Conclusión:

 

-No basta quejarse de lo mal que está el mundo

-Hay que buscar la solución que Dios da

-Escucharlo en el silencio de la reflexión y en la participación en las celebraciones

-Escucharlo en los hombre y mujeres sensatos que hay a nuestro alrededor

-Y ser nosotros mismos, como San Pablo, como el Papa, transmisores de esa verdad…

Misericordia quiero y no sacrificios

Misericordia quiero y no sacrificios

¿Qué significa esta frase? ¿Que es inutil todo sacrificio y que basta con amar para que todo vaya bien? No. Significia: "Quiero usar misericordia, no condenar. No quiero la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Dios no quiere sacrificar a sus criaturas sino salvarlas.

Sacrificio y misericordia son ambas buenas. Pero pueden hacerse malas si se elige la misericordia para uno mismo y el sacrificio para los demás. Hay que hacer como Cristo: que elige el sacrificio para sí y la misericordia para los demás. 

El Corazón traspasado de Jesucristo nos muestra este camino de realización y felicidad. Imitémosle.

San Pablo, para cuyo año jubilar nos preparamos, también nos enseña con su vida que el sacrificio personal ayuda a la misericordia y que el amor misericordioso realiza el sacrificio con alegría.

¡Magnífico modo de vida, aunque parezca duro y difícil!

Podemos ser felices a pesar del dolor

Podemos ser felices a pesar del dolor

Aunque no lo creamos, podemos ser felices. Lo han sido quines se fiaron del evangelio. Lo han sido los santos de todos los tiempos. Especialmente los mártires. Todo el mal del mundo, puesto en su contra no les impidió ser felices.

El Evangelio nos lo dice y nos pide que lo creamos en serio, que nos fiemos de quien lo dice, porque habla de lo experimentado en su propia carne: nos lo dice jesucristo, el que vive feliz, tras haber vencido a la muerte. El no se dejó envenenar por el rencor, a pesar de padecer la injusticia. El no aniquiló a sus enemigos, sino que oró por ellos. El ganó la victoria a fuerza de perdón,  aguante y amor, sobre todo, amor.

Por eso las BIENAVENTURANZAS son algo que nos conviene escuchar. Y la Iglesia nos la recuerda este domingo. En ellas se nos desvela el secreto de la auténtica felicidad. No serán dichosos los que solo piensan en lo material, lo serán los que tienen corazón para más, y por eso pueden aguantar la pobreza, las lágrimas y la persecución.

Si vas este domingo a la iglesia escucharás de nuevo las vienaventuranzas, un viento freco entre tanta tempestad como nos traen los medios de comunicación en estos días previos a las elecciones. Lo necesitamos para respirar, para vivir, para ser felices...

No nos salva el dinero

No nos salva el dinero

Porque se termina, porque no puede comprar el cariño, porque nos materializa.

Nos salva el que nos ama más que a su vida. El que es más fuerte que la muerte. El que no es temporal, sino eterno: Jesucristo.

El Evangelio nos cuenta que curaba a los enfermos, a muchos enfermos. Pero nos cuenta también que no tuvo miedo al dolor y la muerte y los tomó consigo y los hizo camino de amor, camino de salvación.

Conocer y tratar a Jesucrito, que vive, que por ser Dios, está cerca, es lo más maravilloso del mundo.

El domingo es un bonito día para tratarle, para rezarle, para acogerse a su protección.

Jesucristo, el que quita el pecado del mundo

Jesucristo, el que quita el pecado del mundo

En el segundo domingo del tiempo ordinario el evangelio nos presenta a Cristo como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

El Papa Benedicto XVI en su libro "Jesús de Nazaret" se pregunta a este respecto: ¿Qué significa "cordero de Dios"? ¿Cómo es que se denomina a Jesús "cordero" y cómo quita este "cordero" los pecados del mundo?, los vence hasta dejarlos sin sustancia y realidad? (pág. 43).

Y responde a continuación: Paciente como un cordero ofrecido en sacrificio, el Salvador se ha encaminado hacia la muerte por nosotros en la cruz, con la fuerza expiatoria de su muerte inocente ha borrado la culpa de toda la humanidad. La expresión "cordero de Dios" interpreta, si podemos decirlo así, la teología de la cruz que hay en el bautismo de Jesús, de su descenso a las profundidades de la muerte.

Hoy que tantos quieren librar al mundo de la pobreza material, de la inseguridad, de la incomodidad, del aburrimiento, Jesús sigue presentándose como liberador de la causa profunda de todos los males: el pecado. Y lo libera, no echando sobre nuestros hombros el peso de la culpa y del mal, sino cargándolo sobre sus propios hombros.

Para beneficiarse de esa liberación hay que seguirlo por el camino del sacrificio y de la donación, acogiéndonos a su misericordia, a su perdón y a su gracia. A intentarlo con ánimo.

Esperanzados hacia la Navidad

Esperanzados hacia la Navidad Iniciamos la marcha alegre hacia la Navidad, la celebración de la venida del Dios del cielo a nuestro suelo.            Vino y viene a buscarnos porque nos quiere, a pesar de que nosotros lo olvidamos.            Y nos quiere, no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él lo es.             Pero encontrarlo nos exige pensar en Él y no tanto en nosotros. Para encontrarlo hay que dejar, como decía San Pablo, las actividades del las tinieblas. Hay que dejar el pecado, el mal, porque ahí no puede llegar Dios, ahí no puede actuar, porque Él es el bien.            Estas cuatro semanas de adviento no invitan a pensar en ese Dios cercano, pero oculto. Nos invitan a esperar de Él la fuerza para el bien, la serenidad, la paz. Estas cuatro semanas nos invitan a “estar en vela”, es decir a orar. Y orando veremos lo que nos estorba y podremos recibir el perdón. El adviento es tiempo de conversión, es tiempo de vuelta al bien, de reconciliación con Dios. El adviento es ocasión propicia para apaciguar la conciencia y limpiarla. Tiempo también para revitalizarla, pues a veces se adormece y no nos señala el pecado. El adviento es tiempo de encender luces en la conciencia, dedicando tiempo a la reflexión, a la penitencia, a hacer el bien.             En este tiempo, el Papa, nos he escrito una hermosa carta invitándonos a la esperanza: “Salvados por la esperanza” es su título. Se nos ofrece la salvación –nos escribe- en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifica el esfuerzo del camino.            Un lugar –añade- primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios…            No lo olvidemos en estos días de adviento: saquemos tiempo para orar, saquemos tiempo para convertirnos y recibir el perdón sacramental.            Santa María, Madre de Dios y madre nuestra –le decimos con el Papa-  enséñanos a creer, a esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia el Reino de Dios. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino.

Homilía sobre Cristo Rey

Homilía sobre Cristo Rey

Acuérdate de mi cuando vengas en tu reino...

Es la oración del Buen Ladrón que le ganó el paraíso.

La fiesta de hoy nos invita a rezar: "venga a nosotros tu reino", como lo hacemos, a veces sin fijarnos, en el Padrenuestro.

Necesitamos este reino, pues, como dice el Papa en su libro "Jesús de Nazaret": En Jesús, Dios actúa y reina, reina al modo divino, es decir, sin poder terrenal, a través del amor que llega "hasta el extremo" (Jn 13,1), hasta la cruz. Necesitiamos ese reino porque necesitamos un amor de esa categoría, el único amor que nos deja satisfechos, que nos salva. Le necesitamos para que cambie este mundo nuestro tan interesado, tan materializado, tan cruél. Un mundo donde el rendimiento, el interés, la ganancia es lo que cuenta. Necesitamos el reino de Cristo y lo pedimos con ganas: vena a  nosotros tu reino.

Confiamos en que el Señor, como al Buen Ladrón nos permita colarnos, aunque sea al final, en ese reino. Para ello necesitamos la sencillez, la descomplicación y no cabe duda que la oración nos da todo eso.

Por ello, en la fiesta de Cristo Rey, que nos se caiga de nuestros labios esta oración, y que anhelemos ese reino y a ese Rey, con ganas.

Que María Reina nos ayude y nos enseñe a ser buenos subditos de Cristo Rey, su hijo amado

Homilía para el Domingo 18 de noviembre

Homilía para el Domingo 18 de noviembre

Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas, dice Jesucristo en la página del Evangelio que leemos en este domingo en la Misa.

Puede parecernos extraña esta afirmación en el mundo de hoy que habla de economía, política o de fútbol, pero no de salvación, ni de almas.

Y sin embargo el problema de la propia salvación existe. El cuerpo perecerá un día, pero ¿el alma?

En la Iglesia se nos habla de ello y se nos ayuda a lograr la salvación del alma: con perseverancia en la oración, en las buenas obras, en la caridad.

Merece la pena formar parte de esta institución fundada por Cristo mismo que se ocupa de nuestra salvación. En este domingo celebramos el día de la Iglesia Diocesana para tomar conciencia de ello y ayudar a que la Iglesia cumpla esta misión con eficacia.

¡Ayudemos al mantenimiento de la Iglesia, y busquemos lo que ella puede darnos: la salvación! Que la Virgen María nos ayude y nos empuje. Ella es nuestra buena Madre y nos nos deja de su mano.